domingo, 21 de junio de 2009

La inigualable Florence Foster Jenkins

Lo primero que tengo que decir hoy es que este no es un comentario sobre música, sino más bien un comentario de la anti-música, que de esas cosas también hay que hablar.

El dato principal de este comentario está basado en un artículo del difunto Juan Antonio Vallejo-Nágera en un Blanco y Negro del año 1988, que tengo yo guardado por aquí en casa.

Aunque mucha gente no conozca el nombre, casi todo el mundo conoce el aria “La reina de la noche” de la ópera “La flauta mágica” de Mozart, en la la Reina de la noche, que está llena de ira, amenaza a su hija que sino mata a Sarastro, ya no será más su hija y la repudiará.

Ahora es cuando vienen los enlaces:



y:



Vamos a ver, comparemos, ¡¿a que en ambos casos se nos han erizado los pelos del cogote?! otra cosa es la razón por la que se nos hayan erizado, en el primer caso, es porque está muy bien interpretado y en el segundo...en fin...lo perpetra.

La culpable es una tal Florence Foster Jenkins, nacida el 1868 en un pueblecito de Pennsylvania, y fallecida en 1944.
Estuvo en activo (por desgracia) desde los años 10 de siglo XX, hasta los 40 (y porque se murió, que sino hubiera seguido).

Esto puede ser calificado de dos maneras, como lo hubiera hecho ella en su optimismo diciendo que lo suyo era un caso de superación personal ¿qué importa que no pueda alcanzar ni a la mitad de la octava aguda de una soprano? si lo que importa es el esfuerzo personal. La otra opinión, más realista, era la de la sociedad culta norteamericana, que la tenía como la gran broma musical, la gente iba a sus recitales, con buen humor entraban y con mejor salían, lo que unido a la complicidad de los medios de comunicación que hacían las críticas con frases como:
“...una noche inolvidable...”
“...pocas veces he sentido emociones tan vigorosas en un recital...”
“...experiencia nunca antes vivida y que quizá no vuelva a experimentar...”
Sin duda, una de esas noches podían ser inovidables, y tener pesadillas durante días, y son emociones vigorosas como el cachondeo generalizado que era para los asistentes al recital, o las nauseas de los despistados que no sabían a lo que iban, y sin duda, es una experiencia nunca antes vivida, a no ser que ya hubieras asistido a un recital suyo previamente, y con toda seguridad, no habría muchas ganas de repetir.

Esto se puede considerar como las ganas de diversión de una sociedad cultural con muy mala leche.
También se ponen como excusas el concepto de la superación personal, del entusiasmo frente a las limitaciones que se nos presentan, melódicas en este caso, que es un concepto muy naïf.
Todo hay que decirlo, que hubo un sector del público que clamaba por su muerte después de cierto recital en el Carnegie Hall...opiniones enfrentadas.
Quién quiera sacar paralelos con “cantanta” pop española de los últimos años que los saque, yo no diré nombres, pero la comparación está totalmente justificada.

El punto feliz de la historia, es que Florence murió feliz pensando haber alcanzado el máximo de la expresión artística a nivel mundial (o americano, que era lo que ella conocía en realidad más).

Por desgracia no he podido encontrar una grabación del famoso “Clavelitos”, que Florence cantaba, sin duda sería una experiencia inenarrable...inenarrable.

Y por cierto, el disco que compró Juan Antonio Vallejo-Nágera que suscitó el artículo en Blanco y Negro estaba titulado “La peor cantante de ópera del mundo” de Florence Foster Jenkins, una edición de los años sesenta, o sea, que seguía siendo la rechifla después de muerta.

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